domingo, 15 de febrero de 2009

Una vez más: USA 2-0 México.





Deportivamente hablando existen pocos amores como el que un aficionado deja por su equipo en los estadios, frente a los televisores, o al leer los periódicos. Pero cuando el equipo resulta ser la selección nacional, cualquier calificativo queda fuera de lugar y el sentimiento se vuelve inefable.
El miércoles se jugó un partido en el que millones de mexicanos tenían puestas sus esperanzas, y del cual dependían los ánimos de la gente para el resto de la semana. México visitaba a los Estados Unidos, en lo que era la primera fecha del hexagonal final de la CONCACAF rumbo al Mundial de Sudáfrica 2010.
La hegemonía gabacha sobre nuestro combinado nacional lleva ya bastantes años, teniendo como cúspide aquella eliminación en Corea-Japón. Pero a pesar de los recientes resultados negativos, con cada partido que se avecina, ahí estamos todos los aficionados apoyando a los “verdes,” y demostrando que el amor por México es superior a cualquier traba y a cualquier derrota que se cruce por el camino.
Las bajas temperaturas no fueron impedimento para que miles de mexicanos se dieran cita en una tierra que tiene tanto de mexicano como Manzanero de Escocés. Columbus, Ohio, fue la ciudad elegida para que se llevase a cabo ese vital partido, debido a las condiciones adversas que presentaba para el cuadro azteca. Pero la algarabía y la enjundia de los mexicanos se hicieron sentir durante los 90 minutos del encuentro y los jugadores así lo notaron. Desafortunadamente eso no fue suficiente y el marcador fue 0-2 para en nuestro detrimento.
Desde el silbatazo inicial el combinado azteca se lanzó al frente en busca de abrir el marcador, pero las oportunas intervenciones del guardameta Tim Howard evitaron que los nuestros se adelantaran. Durante todo el primer tiempo se vio un partido dinámico, de ida y vuelta. Cada intento de los mexicanos era correspondido por una ofensiva similar de los estadounidenses. Lastimosamente, Nery Castillo resintió la irregularidad que ha vivido en los campos de juego a últimas fechas, y se lesionó pasado el minuto 30, situación que afectaría a su equipo. Cuando el partido estaba a punto de irse al descanso, un error de la defensa mexicana se tradujo en el primer gol del partido por conducto de Bradley, tras un re centro de cabeza de Donovan en un tiro de esquina. Esa anotación fue crucial, pues envió a los mexicanos a los vestidores notablemente desmoralizados.
La segunda mitad empezó con un menor ritmo que la primera, y Estados Unidos se dedicó a manejar su ventaja con gran inteligencia. A pesar de tener la obligación y la necesidad de ir al frente, México no conseguía establecer su sistema de juego y tan solo se veía a Carlos Ochoa pelear en la delantera, pero sin nadie que le apoyara. La selección se iba animando paulatinamente, pero la búsqueda del gol no obtuvo resultados, pues el capitán Rafael Márquez le propinó una brutal patada al arquero norteamericano, que le costó la tarjeta roja. Esa acción puede abrir un debate sobre el comportamiento del michoacano, ya que en los momentos decisivos con la selección, siempre recae en este tipo de conductas y deja en desventaja a su equipo cuando más lo necesitan. Finalmente esa acción terminó por definir el rumbo del encuentro, y Bradley simplemente anotó otro gol en las postrimerías del mismo, con la innegable ayuda de Oswaldo Sánchez, para poner cifras definitivas y reafirmar el paternalismo de nuestros vecinos del norte en el área.
De esta manera los días y los partidos siguen pasando, y México es incapaz de vencer en suelo ajeno a los Estados Unidos. A pesar de todo, hay quien insiste que seguimos siendo el “Gigante de la CONCACAF”, son esos mismos que creen que este que viene sí es nuestro Mundial.
A la selección ahora solo le queda trabajar con más seriedad, ya que no se pueden dar el lujo de perder más puntos o la clasificación para la máxima justa futbolística puede estar en serio peligro. Ojalá que nadie se olvide de lo que se sufrió en el 2001 para calificar, aunque como se están dando las cosas, tal pareciera que tendremos que echarle de nueva cuenta una llamada al “Vasco” para que salve el bote.